sábado, 27 de junio de 2015

Leave Me Alone.

Un día despiertas, rozas su piel en la cama que compartís y tu cuerpo se expande y se derrama de plenitud hasta desbordarse en el primer abrazo a su espalda. Abrir los ojos cada mañana no es una tortura y sonríes a la luz que entra por la ventana. Te debates entre seguir estrujándole contra tu pecho un rato más o levantarte a preparar un desayuno para dos con todo lo rico que se te puede ocurrir. Planificas un día compartido. Vislumbras su sonrisa, predices la felicidad de su compañía en cada momento. Diseñas planes como un traje a medida para sus gustos, lo mejor, lo más excitante, lo que siempre has querido hacer con tu compañero en la vida. Incluso las situaciones más cotidianas tienen banda sonora y argumento de vídeo clip. Y ni un solo minuto de las próximas 24 horas quedará libre de vuestra unión. Sois uno. Un día despiertas, mirando al abismo del borde de tu lado de la cama y no te parece suficientemente profundo para arrojarte y huir. Espalda repele a espalda. Te gustaría abrirte en aspa y adueñarte de todo el espacio sobre las sábanas. Ofrecerte a la soledad. Quieres dejar de sentir su respiración. Su aroma, que antes te excitaba, ahora solo anuncia empacho. Cada movimiento que realizas conlleva un estudio previo de cautela para evitar el roce de su cuerpo. Empujas con la mirada las manecillas del reloj para acelerar su tictac, esperando que despierte antes que tú y abandone el lecho. Aunque sabes que eso no será suficiente. Oirás sus pasos por la casa, sus primeros ruidos matutinos, tan reconocibles entre todos los sonidos del hogar. Antes los perseguías entre sueños, imaginando su cuerpo en movimiento, como una danza en tu honor. Ahora solo es un estruendo antipático y machacón. Y te seguirás sintiendo invadido, más solo y más prisionero que nunca. Él se ha convertido en un cuerpo extraño que se enquista irritante en cada uno de tus signos vitales, molesto al respirar, ver, oír, oler, degustar, sentir… Una molesta calcificación que estás deseando excretar a pesar del dolor que provoque el acto de evacuarle de tu vida para siempre. Solo deseas oír el portazo y sus pasos alejándose en el rellano… y no volverlos a escuchar nunca más. Te quise, te adoré. Hasta que te encontré arrodillado en aquel baño. La música se paró en seco,  la aguja del tocadiscos interrumpió su viaje concéntrico y saltó de golpe, cruzando como una afilada cuchilla todos los surcos del LP de vuestra vida compartida. Ahora solo repite una y otra vez lo que queda de ti en mí...

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